APUNTES PERDIDOS (¿Somos buenos?)

APUNTES PERDIDOS (¿Somos buenos?)

Por Marco Antonio Domínguez Niebla / AGP Deportes

Tenía seis años y desde entonces fui con Argentina. Disculparán ustedes la sinceridad, pero me quedó grabada, indeleblemente en la memoria, la imagen del Matador Kempes haciendo honor a su mote frente al toro de lidia vestido de naranja sobre la cancha del Monumental.
A partir de esa edad temprana decidí que el futbol de selecciones lo asumiría como el de clubes: nada de sufrir, nada de envolverme en la bandera de mi país como un masoquista contumaz cada cuatro años.
Entenderán que días antes de la hazaña de los chicos del Flaco Menotti (consumada con el gran capitán Pasarella levantando la primera copa mundial para Argentina ante la valiente Holanda, ya sin Cruyff) había pasado lo de Túnez, Polonia y Alemania.
Les explico: la joven selección mexicana del señor Roca, americanista de cepa, con todo y el Niño de Oro y futuro Pentapichichi, falló con el pronóstico tras su huracanada actuación premundialista.
Ya está, decían en la televisión, el futbol mexicano listo para el escenario mundial: le ganamos al africano y al europeo menor y le empatamos al titán germano.
Luego vino el cachetazo, o mejor dicho, los tres cachetazos, los tres por uno en contra con Túnez y Polonia y el seis por cero cortesía de los teutones.
Mientras yo gozaba viendo al Pato Fillol atajando todo y a Kempes anotando todo (como después gocé con el Brasil del 82 y lo de Maradona en México y la Francia de Zidane y la España de Xavi e Iniesta y la más reciente albiceleste con Messi al mando coronando todo lo que había por coronar), la verde regresaba a casa última del mundial de la dictadura (por lo de Videla en Argentina).
No era todo por el momento. Venía lo de Honduras (y no lo del viernes). En 1981, otra vez con el mejor jugador mexicano de la historia, el que entonces iba con rumbo al Atlético y luego al Real Madrid, el Tri resultó eliminado en su intentona por competir durante la Copa del Mundo de España. Los locales y El Salvador ganaron la representación de Concacaf en el 82 por encima de la selección del tristemente célebre Güero Cárdenas, multicampeón con Cruz Azul y campeón con América, pero despachado rapidito por los italianos en la segunda ronda de México 70, y 11 años después responsable del fracaso en tierras catrachas.
En el 86 muchos se conformaron con los cuartos de final. Yo no. Bora Milutinovic, cuyo corazón puma fue evidente a la hora de convocar en pleno boom americanista, llenó de correlones el mediocampo y dejó solo a Hugo (otra vez Hugo) al frente en el segundo mundial mexicano. Una selección sin sabor, una jicama sin sal ni limón ni chile, vencida en los penales frente a unos alemanes tan ganadores como fundidos bajo el calor neoleonés.
El espacio se reduce en esta columna y tengo que finalizar: la vergüenza de los cachirules, aquel México que no va Italia 90 por tramposo, hasta lo de 1994 al 2018 calificando siempre, pero solo hasta el cuarto partido, octavos de final y vámonos.
Y lo de diciembre pasado: tres juegos y a casa, en Qatar.
Así aterrizamos hasta lo de la selección del técnico amigo de los jugadores, el elegido a regañadientes, el interino que ganó la Copa Oro sin querer queriendo, el Jimmy, el que a todos nos cae bien y al que todo le deseamos lo mejor, aunque en el fondo sepamos que no es el indicado para 2026.
Por lo pronto, y aunque tantos insistan en que somos buenos cuando al paso de los años me ha sido imposible comprobar tal afirmación, Honduras, con el dos por cero sobre los vestidos de verde, evidenció que el poco talento disponible en la actualidad, no está siendo bien dirigido.
Tal vez el martes en el Azteca todo vuelva a ser euforia y el globo reciba su dosis de helio para elevarse lo necesario hasta la próxima Fecha FIFA. O tal vez este columnista les reporte un capítulo más de los tantos vistos a lo largo de 45 años, desde lo de Olímpico de Córdoba en el 78 contra los alemanes hasta lo del viernes en el Nacional de Tegucigalpa contra los hondureños.

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