Por Marco Antonio Domínguez Niebla / AGP DEPORTES
¡Maldito Madrid, otra vez!, pensé la joven tarde de este martes sobre lo que sucedía en la cancha parisina. Ya no sé ni cuántas veces le he visto en la lona, o mínimo contra las cuerdas, y de repente la remontada.
Tal vez habrán reparado en la rudeza de la primera palabra utilizada, la maldición a modo de calificativo, con la que describo mi sentimiento hacia el equipo que, desde aquella sentencia de “o lo amas o lo odias”, radicaliza al mundo entero.
Así que preciso explicarles que todo tiene un origen, finales de los ochenta, cuando mi amigo David madrugaba los domingos para ver los juegos de la liga italiana en la Imevisión de Joserra que ganaba auditorio gracias al Milan de los holandeses, amo y señor, dominante desde el norte de la península.
Yo, que no soy de madrugar y sí de levantarme ya avanzada la mañana, prefería esperar al mediodía de los domingos para ver al equipo de Hugo y la Quinta, dominante en La Liga y transmitido en la Televisa de la época, con Dosal como portavoz del mensaje: No hay equipo más poderoso en Europa que el Real Madrid.
Por eso, cuando mi compañero de clase me apostó a favor de los italianos sobre los españoles en el cruce de Champions, no dudé en aceptar. Él, que era de madrugar, me agarró dormido. Cinco a cero del Milan de Sacchi al Madrid de Beenhakker en el Giuseppe Meazza, suficiente para exprimir hasta sacarme, desde el despecho, cualquier residuo de aquel cariño, mutado de blanco a blaugrana desde lo de Cruyff. Pero dejemos atrás lo sucedido aquel abril del 89 y volvamos al origen de este texto. El PSG, en el encuentro prematuro de octavos entre dos de los favoritos, parecía mejor en todo.
Sin embargo, el portero del Madrid, Courtois, se empeñaba en sostener la paridad a fuerza a atajadas increíbles, de lances dignos del defensor del arco más importante de Europa.
Lo que pasó a media hora del final, lo presentí: Leo pateando sin convicción un penal cuya trayectoria fue adivinada por el héroe imbatible, el gigante belga que rechazó como si fuera cosa fácil, todo enmarcado en una pintura que bien podría titularse: “Vacante, se busca al sucesor del mejor futbolista del mundo”.
¡Maldito Madrid, otra vez!, pensaba una y otra vez, en tanto el reloj avanzaba sin que el local lograra consumar sus llegadas frente al desgano de un rival con el historial necesario para olvidar el arco de enfrente, en espera de la vuelta ante los suyos.
Pero algo flotaba en el ambiente. Y terminó por pasar. Y si el ídolo en desgracia fue incapaz de derrumbar el muro impuesto por el guardameta visitante, incluso desde el manchón penal, el joven Kylian, campeón del mundo con Francia antes de los 20, objeto de deseo del Madrid y hoy figura del PSG, desbordó una vez más (ahora sobre Lucas y ya no sobre el pobre Dani Carvajal, que salió con la cintura hecha cachitos) y enfrentó al gran Courtois, que ya no pudo más. Gol al límite en etapa de eliminación directa, Champions League, con etiqueta de “disculpen, ¿donde se reclama la vacante al mejor jugador del mundo?”. Ventaja mínima. Ventaja al fin. Por lo pronto, yo descanso. Ya habrá tiempo de maldecir en tres semanas más, cuando todo se defina en el Bernabéu de Madrid.