MOGADISCIO, Somalia (AP) — Muchos somalíes reaccionan con horror —y conocimiento de causa— ante la historia del corredor británico Mo Farah, traficado de niño a Gran Bretaña y obligado a cuidar a otros niños.
El campeón olímpico Farah nació en la actual Somalilandia, un territorio en la costa del golfo de Adén que se ha independizado de Somalia. En un documental de la BBC emitido días atrás, Farah reveló que lo separaron de su familia cuando tenía ocho o nueve años y lo traficaron desde el vecino Yibuti al Reino Unido con un nuevo nombre que finalmente le dio la gloria como corredor.
Aquí, en la capital somalí de Mogadiscio, los que han escuchado el relato de Farah expresan tristeza por lo que padeció cuando era niño, sometido a la servidumbre. Pero destacan que no fue el único en sufrir la explotación.
Los conflictos, el cambio climático y el derrumbe económico desplazan a multitudes de personas en el mundo, y son cada vez más los migrantes que caen en manos de bandas de contrabandistas de seres humanos que los llevan a Estados Unidos, el Reino Unido o la Unión Europea.
Los somalíes, como sus vecinos de Etiopía y Eritrea, engrosan las filas de los desesperados que huyen de los conflictos y el hambre en busca de la seguridad y una vida mejor. Convencidos de que tienen poco que perder, los jóvenes, sobre todo, arriesgan sus vidas en embarcaciones precarias organizadas por los traficantes para cruzar el Canal de la Mancha a Gran Bretaña.
Los que tienen los medios, pagan miles de dólares para llegar a países donde esperan conseguir trabajo y estabilidad. Los que no, son presa de criminales que los obligan a la prostitución, los crímenes de drogas o la servidumbre doméstica.
Farah, quien representó a Gran Bretaña en los Juegos Olímpicos de 2008, 2012 y 2016, es uno de los pocos que han logrado éxito y prosperidad. Otros que tratan de escapar de la pobreza, el hambre y la violencia de países como Somalia no tienen tanta suerte. Por eso, muchos activistas de esos países luchan por erradicar las causas de la emigración.
“Sin duda es triste que Mo Farah tuvo tan mala experiencia cuando era niño”, dijo Ahmed Dini, director del grupo promotor de los derechos de los niños Peace Line, con sede en Mogadiscio. “Es evidente que muchos factores contribuyen al tráfico de menores, como la pobreza, la falta de educación y la falta de seguridad”.
Farah tiene a su madre, dos hermanos y otros familiares en una granja cerca de Hargeisa, la capital de Somalilandia. Dijo en el documental que su padre murió durante unos disturbios cuando tenía cuatro años.
En el documental transmitido esta semana por la BBC, Farah dijo que su verdadero nombre es Hussein Abdi Kahin.
Reveló que tenía ocho o nueve años y vivía en Yibuti cuando una mujer que no conocía lo trajo a Gran Bretaña usando documentos falsos, a nombre de Mohammed Farah, que pasó a ser su nueva identidad.
Inicialmente, se entusiasmó porque nunca había viajado en avión y pensó que iba a vivir con parientes en Europa. Sin embargo, la mujer lo llevó a un departamento de la parte occidental de Londres, rompió un papel con los datos de sus parientes y lo obligó a cuidar a sus hijos, según Farah.
No se le permitió ir a la escuela hasta que tenía 12 años. Fue allí que afloró su talento como corredor, que lo ayudó a dejar atrás esa vida de servidumbre.
Farah dijo que un profesor de educación física hizo arreglos para que fuese a vivir con otra familia de Somalia.
Los activistas contra la esclavitud dicen que Farah es la persona más prominente que se haya presentado como víctima de la esclavitud moderna, un crimen rara vez denunciado porque ocurre a puertas cerradas y provoca enormes traumas a sus víctimas.
Ahora que semejante celebridad ha hablado de su experiencia, no puede caber duda sobre el horror de la servidumbre infantil, incluso entre los somalíes que considerarían que su relato es “inusual”, dijo Bashir Abdi, un académico en Mogadiscio.
“El abuso de niños es algo constante, pero la historia revelada por este atleta renombrado ha llamado la atención de mucha gente, incluso de somalíes”, dijo. “Solemos escuchar historias de la explotación de niños y creo que (un número) significativo de niños somalíes sufren violencia doméstica y abusos, pero es poco lo que sale al público”.
Amina Ali, una madre de cuatro niños en Mogadiscio, dijo a The Associated Press que le afectó mucho la historia de un chico de nueve años, “tan débil e impotente, obligado a asear una casa y cambiarles los pañales a otros niños”.
“Como madre, sentí tristeza por él”, dijo. “Alabado sea Alá porque ya no está en esas circunstancias. Pero está en una situación en la que puede revelar su historia y deseo que (quienes) cometieron ese abuso respondan algún día ante la justicia”.