EUGENE, Oregon, EE.UU. (AP) — Tirada de espalda, respirando profundo, Allyson Felix no dejaba de mirar el marcador del estadio.
Cuando su nombre figuró como segunda en los 400 metros, se sacó las zapatillas y se cubrió el rostro con las manos.
No cabe duda, este quinto boleto a unos Juegos Olímpicos es el más dulce de todos.
La madre de 35 años remontó desde el quinto puesto en la recta final para quedar segunda en el campeonato clasificatorio de Estados Unidos. Le valió la oportunidad de ir a Tokio en busca de una décima medalla olímpica y romper un empate con la jamaiquina Merlene Ottey como las mujeres más laureadas en el atletismo de los Juegos.
“Me siento orgullosa de que sea una realidad”, dijo Felix tras la carrera el domingo. “Hay mucho detrás de esto. Muchas veces, no estuve segura que podría ser posible. Estoy orgullosa por el esfuerzo y haberlo logrado”.
Al tocarle correr desde el extremo de la pista, en la calle 8, Felix arrancó a todo vapor, ubicándose primera tras los 100 metros. Paulatinamente, fue perdiendo terreno y retrocedió al tercer lugar, a duras penas sosteniéndose. En una de las mejores demostraciones de su trayectoria deportiva, pudo acelerar una vez más para superar a la mitad de las rivales.
Felix cronometró 50.02 segundos, 24 centésimas detrás de Quanera Hayes, madre también de un niño de 2 años, y una centésima por delante de Wadeline Jonathas.
“Lo que tenía bien claro es que iba a dejarlo todo hasta llegar a la meta”, dijo Felix.
La travesía de Felix en el atletismo ha tenido todo tipo de desafíos desde que irrumpió hace dos décadas como la nueva gran velocista de Estados Unidos.
Entre ellas las complicaciones del parto de Camryn, su hija de dos años, que tuvo que pasar tiempo en una unidad de cuidados intensivos tras el nacimiento.. También se abocó en una cruzada por las mujeres en el atletismo, muchas de ellas que son olvidadas por los patrocinadores tras un embarazo.
La pandemia de COVID-19 también alteró sus planes, al restarle un año cuando en este punto de su carrera cada día cuenta. Felix tuvo que improvisar afuera de su casa, con el entrenador Bobby Kersee midiendo las distancias en la calle para que pudiera entrenar tras el cierre de las pistas y gimnasios.
“Mi primer año, después de volver a competir, fue un suplicio, siempre con un inconveniente”, dijo Felix. “La guerra con los patrocinadores y diciéndome ‘que algo me salga bien’. Seguí peleando. Quería tener una última oportunidad”.
Lo que hizo más especial la noche del domingo fue celebrar con Hayes, quien trajo a su hijo, Demetrius, y se lo presentó a una de las velocistas más grandes de la historia.
“Le he dado las grandes por ser la persona que es y nunca rendirse”, dijo Hayes. “Haber logrado esto junto a ella, como una madre, lo hace más especial”.