Por Marco Antonio Domínguez Niebla / AGP Deportes
¿Quién por Raúl o Antuna? ¿El Chaquito Giménez o el Chiquito del Pachuca? ¿Quién por Henry o Funes Mori? ¿El soñador Chicharito o el valemadrista Vela?
¿En serio? Mejor pongámonos serios aunque el tema dé para la ironía, el sarcasmo.
Porque lo de México en los mundiales es una tragicomedia repetida cada cuatro años: pesimismo para iniciar y cuando llega el primer resultado medianamente aceptable, las campanas son echadas al vuelo.
“¡Ahora sí jugaremos el quinto partido!, ¡ahora sí al tú por tú contra las potencias!”.
Pero bien sabemos que esa rebelión se supedita a la primera ronda, porque en la segunda, cuando la cosa ya es de ganar o te vas, generalmente nos vamos.
Y si son Herrera o Edson en el medio campo, o si son Raúl o Henry o Funes Mori adelante, todo se reducirá a una simple anécdota para recordar (si es que lo recordamos) cuando se recapitule lo de Qatar. Porque carecemos de talento, de cracks. Porque si no es asunto grupal, de conjunto, no nos engañemos: no damos la talla.
Martino es un técnico con el cartel suficiente para haber tomado otro tipo de desafío (Barcelona con Messi, selección de Paraguay mundialista, selección de Argentina nuevamente con Messi, campeón con Newells en Argentina y campeón con Atlanta en la MLS).
Pero de entre todas las propuestas que seguramente habrá analizado tras su paso triunfal por los Estados Unidos, aceptó el desafío mexicano, el de la selección siempre calificada desde el 94, pero igualmente siempre eliminada después de cuatro partidos, con la respectiva solicitud, masiva, de conducir hacia la hoguera al técnico en turno.
Y a poco más de tres años de aquello, el sonriente y apacible Tata luce triste, decepcionado, sin respuestas tácticas como cabeza de un equipo al que ni siquiera parece haber articulado. ¿Dónde fui a meterme?, pensará, mientras alivia sus desazones anímicas revisando la cuenta bancaria ensanchada vía la Federación Mexicana de Futbol, ese órgano desorganizado y sólo organizado cuando de recaudar dólares se trata.
Debiera saber que si califica (como bien podría suceder gracias a las bondades del grupo correspondiente) empezarán los “perdónanos, Tata”. Como cuando varios cantaban aquella canción dedicada al Profe Osorio después de la victoria sobre Alemania, instantáneamente retirada del cancionero-popular-pambolero-mexicano cuando las zarandeadas de Suecia primero y de Brasil después, hace apenas cuatro años, en Rusia.
La desesperación llega a un grado tal que extrañamos y casi invocamos a García Aspes, Matadores, Cuauhtemocs, Rafas y Campos, como si con esa gente, ciertamente de mayor personalidad y peso que los que están por jugar en Qatar, hubiera sucedido algo más.
Disculpen si mi indiferencia hacia la selección mexicana contrasta con la pasión que algunos de ustedes dispensan hacia ese ente (entenderán lo anterior si les explico que crecí con la vergüenza de Argentina en 78 y lo de Honduras en 81 y lo de Bora y su mediocampo picapiedra como local en 86 y lo de los cachirules en 88, antes de lo del 94 a la fecha).
Y sé que si se llega al quinto partido, o alargamos a ocho la hilera de calificaciones al cuarto juego, o se queda en tres la cantidad de encuentros disputados, será la misma.
¿Pensar los por qué? ¿Para qué? ¡Esto es México! ¡Y que viva! Aunque ello dependa de Polonia, Argentina y los árabes.