Por Marco Antonio Domínguez Niebla
Siempre me decían, “ni te le acerques al presi, a Jorgealberto (“escríbelo así pegadito, porque así es”, nos recomendaban), es que no da entrevistas”.
Sin embargo, terco que es uno como reportero, desentendía la instrucción, siempre me le acercaba y siempre me concedía la entrevista.
Lo abordaba antes de que él subiera a la zona de palcos, aquellos casi portátiles sobre el área que hoy aún está en construcción, a pesar de la década transcurrida desde entonces.
Eran, obviamente, otros tiempos, tiempos de euforia, del campeonato ganado en el ascenso y en el más corto de los plazos el campeonato de primera y lo de la Libertadores, cuando los trágicos cuartos que pudieron ser semifinales de no ser por el penal encomendado al futbolista equivocado.
Tiempos post-Del Olmo y tiempos también del romance con Mohamed.
Ya estaba Nacho, por cierto. Siempre lo ha estado. Y estaba tanto en la oficina como en la tribuna: su rostro ondeaba en banderas junto al de Jorgealberto (así pegadito, porque así es: así lo registró el señor Hank).
Luna de miel con la afición, crédito, Tijuana como ejemplo de una directiva joven y vanguardista frente la opinión pública nacional.
Pero, ¿cuándo Jorgealberto pasó de ser el directivo con mayor futuro del futbol mexicano, a ser el presidente y propietario del equipo que mira al resto desde el fondo de todo: de la porcentual y de la general?, ¿qué demonios pasó en Tijuana que Nacho, su brazo derecho, ha sido enviado al banquillo, como si la cancha fuera una arena, el coliseo de donde emerge desde la penumbra, para aparecer como blanco de una multitud urgida por descubrir culpables?, ¿hasta cuándo los representantes de la prensa haremos las preguntas que los protagonistas ni quieren escuchar ni tampoco responder y que para fortuna de ellos nadie se atreve a formularles (no vaya a ser que adiós a la acreditación), y si es necesario abordar a Jorgealberto para cuestionarle qué pasa, aunque te digan que no concede entrevistas?, ¿hasta cuándo seguiremos señalando a tal o cual promotor como responsable del caos cuando tal y cual promotor operan con la venia del dueño del equipo, trayendo Manotas, Culebras y Barbonas tan distantes de Pablitos, Gandolfis y Pelleranos?, ¿por qué en Tijuana hacemos como que les creemos a todos, hasta al director deportivo que ahora de entrenador interino tiene que salir a dar la cara después de la derrota que ha terminado por evidenciar el naufragio, en vez de estar resolviendo desde el escritorio la contratación de un técnico, así como la confección de la siguiente plantilla?, ¿hasta cuándo Coudet y Cocca y Pareja y Quinteros y Guede y Siboldi serán los presuntos autores del desastre si a todos les ha ido bien en otros lados, o cuando menos mejor que en Tijuana?
Mejor hasta acá la dejo con las preguntas (mi próxima acreditación peligra).
En una de esas novelas monumentales, escrita por el Nobel peruano Mario Vargas Llosa, Conversación en la Catedral, se halla una cita adaptable a cualquier momento de cualquier lugar y en cualquier situación: “¿En qué momento se jodió el Perú?”, se pregunta uno de los personajes.
Por los rumbos del Hipódromo, bien cabría preguntarse ¿en qué momento se jodió todo en Xolos?