Por Marco Antonio Domínguez Niebla
Lo busqué cuando la pandemia. Fue de los pocos (si no es que el único) que jamás respondió. La entrevista sería a distancia (Zoom, Streamyard, Instagram Live y todas esas cosas tan de uso común hoy en día). Insistí, jodón, como debe ser todo reportero. Pero ni así.
Las dos palomitas aterrizadas hasta su destino sin pintarse de azul. Tres whats y no tan solo no hubo respuesta: ni el visto. Y no se trata de un lloriqueo por la negativa. Es el riesgo para quien solicita, en dependencia de quien concede. De modo lamentable (para mí, obviamente), no es cosa nueva. Viene desde los tiempos en que Pavel, formador y descubridor del por aquellos tiempos niño prodigio de la gimnasia, se refería a su dirigido diciéndome: “este enano va a llegar lejos, olímpico y con medalla… ¡ya verás!”.
Les explico que por más que uno pregunte y el otro responda, y por más que los años pasen y las entrevistas se acumulen, si no hay química entre entrevistador y entrevistado se nota, se siente. Algo flota en el ambiente: densidad, pesadez. Al final esto es lo menos importante. Soy periodista nacido y radicado en Ensenada y él es el próximamente tres veces olímpico nacido y radicado en Ensenada y pues me chingo.
Entonces, frente al desdén que entiendo, tanto por lo anteriormente relatado como por su presente que lo ha convertido en lo que hoy les ha dado por llamar “influencer”, y sobre todo frente a mi deber por documentar lo que sucede en su proceso preparatorio, me contaron que actualiza permanentemente su vida diaria por medio de las redes sociales, a meses de competir en Tokio por la medalla que, por una cosa o por otra, le fue esquiva en Londres y luego en Río.
Así que acudí a su canal de YouTube, Daniel Corral Oficial, y me topé con un video donde narraba un día sumamente trascendental de acuerdo a su presente: volvería a comer palomitas en el cine (las de jalapeño le encantan) después de año y medio. La información, para ser sinceros, y reconociendo que tenía miles de likes y comentarios halagadores para el protagonista, me servía un carajo.
Seguí navegando y sentí que mi búsqueda, después de tres o cuatro videos por el estilo del que ya les he relatado (uno donde él y su novia contaban el secreto de una relación exitosa entre celebridades), había valido la pena: selectivo del combinado nacional de gimnasia en la capital mexicana, solo a manera de control para el ensenadense clasificado a Juegos Olímpicos. Para no perder detalle, lo reproduje desde el inicio. Todo empezaba con él saliendo de Ensenada hasta llegar al aeropuerto de Tijuana desde donde volaba a Ciudad de México. Seguí, disciplinado (y créanme que estoico), para no perder detalle de su andar por el selectivo al que él, ya con pase a Tokio, era un invitado de honor.
La edición, sin embargo, dio un brinco. El gimnasta líder del país ya había salido del centro de práctica y quería cenar por ahí de las once de la noche, pero se encontraban fuera de servicio todos los restaurantes de la plaza capitalina donde trataba de saciar su apetito (hasta un Chili´s le cerraron en las narices, denunció él mismo). El desenlace de dicho video, según la descripción, era el clímax de una historia donde había de todo menos gimnasia: Reencuentro con Aristeo (un compañero suyo durante un programa de trascendencia nacional llamado Exatlón en el que participó mientras ya corría el presente ciclo olímpico).
Suficiente. Hasta acá la dejamos. Soy periodista, no masoquista. Gente de gimnasia sostiene que el talento le alcanza para llegar a una final olímpica (en Londres) o para clasificar “caminando” a dos olímpicos más dirigiéndose a sí mismo. Y en una de esas hasta colgarse medalla. Que así sea. Lo seguiremos por YouTube.