Por Marco Antonio Domínguez Niebla
Trabajaba para ESPN. Fue una especie de contratación accidental, azarosa, desde la urgencia. Vi a un hombre que reconocí porque primero lo leía en Récord y luego ahí, en el “punto com”, como él mismo le decía al website del líder mundial en deportes.
Estábamos en los pasillos del estadio de Tijuana durante la ida de aquella final ganada por Xolos a Toluca, los últimos días de noviembre en 2012. Nos cruzamos y lo saludé.
Él me preguntó, así sin más ni más, ¿escribes? Y yo: sí. Y él: contratado, el domingo me mandas todo lo que pase aquí (en el estadio Caliente donde se transmitiría la vuelta en el Nemesio Diez en una pantalla de muchas menos dimensiones que la actual) mientras la final de vuelta se juegue en Toluca.
El trabajo era cómodo a partir de ese día y por unos meses más: crónicas escritas de los partidos de liga y más adelante de Libertadores, y de repente alguna cobertura especial.
Así, entre esas encomiendas, llegó uno de los días más esperados por la afición de la frontera: el América en Tijuana. El hombre con el que meses antes me encontré y quien luego contrató a un desconocido sin saber si era verdad si escribía o no, me solicitó información de lo que pasara en los alrededores del Caliente esa tarde, antes del Xolos-América.
Llegué temprano para caminar el estadio vecino del hipódromo y lo primero que hallé fue a un hombre inválido que quería ver a su equipo contra los locales Xolos y pedía “lo que sea su voluntad” para consumar el anhelo de toda una vida: ver a sus “poderosas águilas”. Llamé a México: “te mando al rato una nota de color”. “Échala”, me dijo.
Cumplida la solicitud, me dirigí al acceso 3, por donde es recibida la prensa. En mi camino escuché a un par de guardias de seguridad que se dirigían hacia un grupo de aficionados vestidos de amarillo: ¡No pasen para allá! Los americanistas no entendieron, o desentendieron la sugerencia. Siguieron.
¿Por qué les dijeron eso?, pregunté. Es que allá es territorio de la porra y pues no les gusta que pase gente del equipo contrario, respondieron. Apenas yo había formulado la pregunta y ellos la habían respondido cuando de la zona de advertida apareció una patrulla a toda velocidad con al menos tres hombre maltrechos, uno con sangre en el rostro.
¡Les dijimos, pero no entienden!, comentó a su compañero uno de los guardias, lamentando la advertencia que seguramente minutos antes habrían hecho a ese otro grupo de aficionados de camisetas amarillas.
¿Los golpearon y ellos son los detenidos, o los rescataron nada más?, cuestioné, sin entender el contrasentido de la imagen. Ya no tuve respuesta, los guardias, tan generosos en sus respuestas a mis primeras preguntas, sólo se encogieron de hombros.
Subí de prisa al palco para escribir las dos historias. Las envié de inmediato justo a minutos de empezar el juego. Al medio tiempo, revisé el “punto com” para leer mis historias, las dos.
Una jamás se publicó. Solo encontré la otra, la del hombre que rogaba, “lo que sea su voluntad”, para ver a sus “poderosas”.
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