Ángel Di María lloraba desconsolado en el campo del Maracaná. Argentina había caído en la Final de la Copa del Mundo contra Alemania en Brasil 2014. Fue la oportunidad más grande de su carrera, pero un desgarre muscular le impidió llegar al partido cumbre contra Alemania. Él quería jugar, aunque estuviera lesionado. Pero una carta de Florentino Pérez, presidente del Real Madrid, impidió que Alejandro Sabella dispusiera del Fideo para el partido más grande.
Años después, Di María contó que rompió la misiva. No quería saber nada. Se le había ido de las manos la oportunidad de ser inmortal con La Albiceleste. Su capacidad definitoria quedó patentada en los Juegos Olímpicos de Beijing 2008. Anotó un gol de vaselina, ante Nigeria, con el que Argentina ganó la medalla de oro. Durante muchos años, ese fue el único logro de Messi y compañía. Pero no era un torneo mayor y no servía para acabar con el desconsuelo de no alzar «la del Mundo».
Y después vinieron varias frustraciones más. Las dos Copas América de 2015 y 2016. Argentina perdió las dos contra Chile. Llegó el Mundial de Rusia 2018 y todo explotó. Argentina fue un bochorno. Muchos pidieron un fin de ciclo: debían marcharse los caudillos de una generación que, pese a brillar en el mejor futbol del mundo, no habían llevado gloria a suelo argentino. ¿Qué pensará ahora el periodista que arrodilló frente a la cámara y pidió que Di María no fuera convocado nunca más a la Selección?
Scaloni excluyó del equipo a Di María durante varias convocatorias. Había una renovación y apremiaba privilegiar a la nueva camada. Pero el Fideo todavía tenía mucho que decir. Elevó su nivel con el PSG. Volvió a sus mejores días, como cuando fue vital para que el Madrid le ganara la Final de la Champions 2013-2014 al Atlético en Lisboa. Esa era, hasta entonces, la gran noche en la carrera de Di María, la que confirmaba su ángel para aparecer en los días grandes. No lo valoraron en la Casa Blanca. Cuesta entender, a ocho años de distancia, que el Madrid haya preferido a James Rodríguez por encima del hombre que les dio la décima Copa de Europa.
Luego le fue mal en el Mánchester United de van Gaal. Jamás se encontró ahí. En el PSG le costó trabajo arrancar. Pero la mejor versión volvió, con varios aditamentos. El extremo impulsivo, feroz en regate y pegada, se volvió un tiempista del arte, la experiencia como moderadora del talento de barrio. Era 2020 y Di María decidió recurrir a un método de urgencia, dicen, total, que el fin justifica los medios: meter presión mediática.
«No le encuentro explicación, es difícil de poder asumirlo. Sinceramente no tengo palabras, porque para mí la Selección es lo único, es lo máximo y seguramente lo es para cualquier jugador. Si hago todo lo que hago en el club, si me rompo el ojete en cada partido, cada entrenamiento, intentando estar dentro del 11 lleno de estrellas para poder estar dentro de la Selección, competir en la Copa América o llegar a un Mundial, es difícil entender que estando en un buen momento uno no puede estar convocado», dijo en septiembre de 2020 a Radio Continental.
Y volvió. Que ya estaba acabado y pertenecía a la generación de la mala suerte, los que lo habían perdido todo. Todo eso sirvió como estímulo para un nuevo acto de la obra. Desde Beijing a Río de Janeiro. Di María marcó en la Final contra Brasil de la Copa América 2021. Se rompió la maldición y junto a Messi y una nueva generación, festejó allí mismo donde había llorado en 2014. Qatar 2022 fue el milagro definitivo. Angelito volvió a sufrir con las lesiones. Estaba en duda para la final contra Francia. Ya nada importaba. Jugó, le hicieron penal y marcó el segundo. Les empataron, pero sin la intervención del rosarino nunca se habría vislumbrado la luz en el Lusail. Se marchó en el segundo tiempo. Quizá nunca más se le vea en una Final con Argentina. Puede descansar. Ha cumplido su misión, la de ser un amuleto invaluable.