Narrar es una de las actividades más apasionantes dentro del periodismo deportivo.
Ser esa voz que te acompaña los sentidos mientras disfrutas del juego, que exalta tu emoción, que te encauza e informa buscando ofrecerte no solo datos que hagan mas rica tu experiencia, sino sentimientos, vivencias, momentos.
Cuando tuve la oportunidad de narrar los juegos de los Padres de San Diego en fin de semana, sábado y domingo, indistintamente si eran en casa en el «Jack Murphy», después «Qualcomm», y después no se que nombre mas, viví de golpe, uno de los momentos mas interesantes y divertidos de mi paso por el mundo del periodismo deportivo.
Recuerdo los primeros dos años, eran solamente los juegos de gira, y me acompañaron en las transmisiones Víctor Duarte, y Carlos Melo (muy de vez en cuando) y lo que mas se me queda de esa primera época es que los partidos entraban diferidos viernes en la noche, después del noticiero de las diez, y el sábado por la tarde.
Una ocasión, el partido se fue a entradas extras, y nosotros habíamos entrado con el juego como a las once y media de la noche después de Notivisa y de un aburridísimo programa de esos obligatorios de partidos políticos así que empezamos el juego como a las 11:45 de la noche, y duro ¡¡¡cinco horas y tres minutos!!!
Durante el partido yo hacia el play by play, y el buen Víctor hacia el comentario y análisis, y comenzaron a transcurrir los innings y las acciones, era un juego contra Anaheim, en aquella época donde los juegos interligas eran la novedad , era la primera vez que se hacían ya que se introdujeron esa temporada, y yo, hable y hable, grite y grite, y Víctor comente y comente, hasta que, tal vez después de las tres horas y media, no había quien me contestara.
Yo ya había agarrado vuelo y trataba de espabilarme leyendo estadísticas al aire, y haciendo mi esfuerzo por mantener la transmisión interesante (no se porque pienso que no nos estaba viendo nadie) y nunca me di cuenta de que no había comentarios, yo preguntaba, y yo me contestaba, nunca me percate en forma consiente de que no había comentarista, yo narraba sin parar, en automático, ¡hasta que un ruido extraño me sobresalto!, yo usaba un audífono (chícharo) para escuchar lo que los compañeros del master de canal 12 me indicaban y una voz del master me pregunto ¿Qué es eso que se escucho? ¿un rugido de ultratumba?, ¿tal vez la confirmación de alguna de las leyendas de fantasmas del monte san Antonio? fue entonces cuando recordé a mi querido compañero, y voltee para preguntarle si el había escuchado el horrísono estruendo, pero antes de verlo, la voz del master atronó en mi chícharo diciendo, ¡¡¡al aire!!! y volví a empezar mi labor narrando las incidencias del juego, pero ahora si, narrando y volteando al mismo tiempo buscando ubicar a Víctor, y el ruido ensordecedor volvió a atronar el espacio, ¡ahora si lo había escuchado!, ya para entonces estábamos adelante de las cuatro horas ininterrumpidas de juego y cuando termine de girar mi cabeza para ver a Víctor, me percate que ¡se había quedado dormido! y que el atronador ruido en el micrófono era un ronquido estentóreo toda vez que mi compañero había sido vencido por el cansancio y la prolongada jornada que habíamos empezado desde las 10 de la mañana de ese día, y que ya se extendía hasta las cuatro de la madrugada del día siguiente.
Como pude lo desperté muerto de risa, y el también, y terminamos el juego de beisbol como pudimos, los Padres ganaron ocho carreras a siete y esto quedo como una anécdota extraordinaria que aun hoy me hace reír mucho recordándola.